martes, 26 de julio de 2011

Señora Del Bosque


Se cuenta de una dama que se enamoro del bosque. Al amanecer caminaba por sus matorrales y al anochecer se despedía con un beso. Con el tiempo, usaba cada vez más horas del día para estar con su amado, ya que su amor por el crecía.

-Dulce bosque- le decía- como me gustaría convertirme en un árbol y poder formar parte de ti, que los pájaros aniden en mis ramas y ayudarte a ser más grande y hermoso de lo que eres aquí.

La joven viajaba sin cesar, acompañando a su bosque, porque los bosques en épocas antiguas no se quedaban quietos, se desplazaban, crecían y morían y así el bosque se iba moviendo, estos lo hacían a una velocidad pasmosa. A la tarde salían a hacer una caminata y a la tarde el bosque se encontraba quizás lejos, un punto en la lejanía,

El bosque vivía y moría para moverse, era el sacrifico que realizaba para ser libre, para no estar atado.

Y a la mujer le encantaba eso, ya que consideraba que los dos eran libres.

Pasó mucho tiempo así, la mujer creció y envejeció, siempre amando al bosque. Llegó un día, en que era demasiado vieja para seguir moviéndose al ritmo en el que se movía el bosque. Y se quedó en su carroza, tirada, dado que las piernas, no resistían su peso mucho tiempo.

El bosque, que con el tiempo había llegado a quererla, se detuvo, acerco sus árboles y flores a la carroza y la cuidó. Acercaba las ramas de los árboles frutales para que ella comiera, le brindaba refugio durante las lluvias y hacia que las ramas de los árboles se abrieran para que recibiera la luz del sol.

Llegó el momento en que la anciana que se enamoró del bosque debía partir, su cuerpo ya no podía contener a su espíritu.

El bosque se apareció entonces, ante ella, tomando una figura humana. Era glorioso verlo, su piel de verde oscuro, combinaban con la armadura que poseía, hecha de roble duro y resistente, su pelo de verde claro ondeaba con un inexplicable viento, y sus ojos de color celeste, recordaban a un lago y brindaban paz cuando se los veía.

Se acercó y le dijo: - Bendita seas, pocos pueden decir que tuvieron mejor partida que la tuya, irse en paz, rodeaba de las bendiciones, ve en paz por que te lo haz ganado, con tu amor hiciste crecer mis brotes y me deleitaba verte llegar al lugar donde me detenía.

La mujer respondió: - Gracias, pero me temo que estás equivocado, no es mi momento de partir, tanto os he amado, que no puedo estar en otro lado, mi alma se irá, pero mi cuerpo quedará aquí, os acompañará y disfrutará de su amor.

- No mujer, no han de ser las cosas así, yo soy el bosque, y tu humana, ambos compartimos el mismo mundo, pero tenemos finales diferentes, ha de ser mi destino vivir longevamente pero perecer llegado el día, y que solo quede de mi los recuerdos en las personas, y tu, humana, eres de corta vida, pero tu alma inmortal vivirá, y trascenderá y tendrá un destino más glorioso que el que tengo yo.
- Sin embargo – contesto la anciana- he de quedarme pues ese eso es lo que deseo.
- No, mujer insensata, no trates de cambiar tu naturaleza, como yo no he de cambiar la mía, yo he de seguir vagando por la faz de la tierra, llevando mis bosques a todos los rincones, no me pidas que no cumpla mi deber, por que no saldrás victoriosa.

La mujer, enfurecida y venciendo su debilidad, se paró de su lecho de hojas, la cara roja y llena de ira – Puesto que no puedo hacer esto con tu consentimiento, lo haré a pesar de el. Y clavó con furia su pies en la tierra, con tanta fuerza empujó, que quedó enterrada hasta los tobillos – He de quedarme en este mundo y no lo haz de evitar.

Y lentamente, sus pies se fueron convirtiendo en raíces, su cuerpo en madera y su cabeza y brazos en ramas, así quedó convertida en anciano árbol.

El Bosque lo único que dijo fue: Desdichada mujer, haz cambiado tu naturaleza, mas yo no cambiaré la mía, he de partir de aquí.

El árbol movió grácilmente sus ramas, como si estuviera riendo.

Y el bosque partió, pero el árbol de la anciana no se movió, no era parte del bosque, estaba ella sola, y no estaba sujeta a la voluntad del bosque, solo la propia, y su voluntad no era lo suficientemente fuerte. Y allí quedó, en una llanura, un solitario árbol, llorando en hojas su dolor.